Querido amor, tú y yo tenemos una conversación pendiente.
Perdona que haya estádo tanto tiempo sin darte señales de vida.
Nos conocimos hace casi 50 años, cuando apareciste en el espacio entre mi abuelita y yo, dentro de ese abrazo lleno de ternura y consuelo.
Desde entonces, quise llevarte en un bolsillo donde quiera que fuese, pero parecías no querer estar conmigo.
Entonces fuí en tu búsqueda, esperando que aparecieses de nuevo en ese espacio que hay entre las personas, entre lo que mostramos y lo que somos.
Pero siempre eras un espejismo, una proyeccion de lo que yo esperaba que fueses.
La exaltación de creer haberte encontrado de nuevo, me llevaba en volandas fuera de un mundo al que no podía adaptarme.
Sólo la energía anestesiante de esa embriaguez me hacia soportable la existencia.
Pero siempre desaparecías y la vida se tornaba de nuevo una letanía de fracasos.
Mi mayor anhelo era existir en el corazón de otra persona. Colocar allí como en una vitrina todo lo que hace de mí quien soy. Mis anécdotas, mis vivencias, mi humor, mis fallos…
Poner todo bien a salvo en el corazón de otro ser, que me hiciera perdurar para siempre cuando yo ya no estuviese.
La muerte no me asustaba cuando oía latir ese otro corazón a mi lado, en el que yo habitaba.
Eso era lo que yo quería, salir de mi misma y vivir en otra persona. Como si nada de mi tuviese valor si no era compartido. Quizás por eso no solo quería que me quisieran, quería que me entendiesen hasta tal punto que pudieran hablar en mi nombre. Mi voz tenía que ser escuchada a través de otros, porque yo no podía validarme a mi misma.
Querido amor, me has dado tantos momentos de felicidad, me has hecho sentir tan viva.
Esos momentos fugaces de unión y complicidad absolutas, de sentirte con la plenitud de un amanecer y un aria de ópera.
Pero tienes que entender, que me cansé de lo fugaz, la incertitud y la impermanencia.
Por eso no has sabido de mi, yo que hablaba contigo cada día cuando florecían mis hibiscus o veía la luna por mi ventana.
Yo que te componía canciones y me perfumaba contigo.
Pero 50 años después, sintiendo la medalla de mi abuelita en mi pecho, por fin veo que has vivido en mi corazón todos estos años, nunca te has ido lejos.
Tan sólo has estado dormido.
Y yo ahora vuelvo a cantar bajo la luna llena y a dormir sonriendo.
Sonriéndote a ti, al amor.
Nunca supe valorar que siempre te tuve.
Porque saber abrazarme a mi pasado, a mis meteduras de pata épicas, a mis fracasos amorosos, todo eso es amor.
Y finalmente, no necesito habitar en el corazón de otra persona, porque habito en ti, en el amor.
